La única razón por la que mi madre quería que nos mudáramos a Miami y dejáramos atrás a nuestro país, amigos, parientes y pertenencias, fue con el único propósito de que sus hijos no crecieran en un país comunista; a la edad de diez años, realmente no entendía lo que quería decir, menos que Miami iba a ser lo que muchos cubanos llamaron la tierra de la leche y la miel, la tierra a la que uno podía emigrar en busca del sueño americano.